Mari Pepa Melguizo

6/06/2011

Son casi las nueve de la mañana de un día cualquiera en la primavera de 1996. Con paso acelerado cruzo la puerta de entrada del instituto Luis Cernuda y me apresuro a entrar... en la cafetería. Ya es tarde para llegar a clase de historia y pienso que con el buen tiempo que hace seguro que encuentro alguien con quien pasar el rato hasta la siguiente hora. Además, esa supuesta capacidad de decidir si asisto a clase o no me hace sentir mayor, importante. Pegada al patio veo una mesa ocupada y cojo una silla para unirme a la conversación, me siento y suena un gran estruendo. La puerta golpea violentamente la barra y tras ella, majestuosamente, aparece Mari Pepa Melguizo. La gran soprano solista, pese a sus dolencias, permanece de pie, inmóvil mirándome fijamente. Sin mediar palabra me señala la salida y como gran diva que es hace mutis por el foro dejando tras de si una atmósfera especial. Me levanto de un respingo y corro tras ella, cuando entro en clase de historia ya está al frente así que voy hacia mi sitio entre miradas jocosas de algunos compañeros... Estoy convencida de que Mari Pepa ya les ha contado el incidente.

Así era Mari Pepa, mi profesora de historia. Grande, en todos los sentidos. Con la cara más expresiva que me haya encontrado jamás pero siempre simpática, divertida, picarona. Unos ojos grandes que, detrás de sus gafas, podían derretir el acero con una de sus irónicas miradas. A Mari Pepa le gustaba repartirnos los exámenes uno a uno, llamándonos a su mesa delante de toda la clase. Cuando te nombraba y la mirabas, ya sabías cómo había ido el asunto. Puedo presumir, sin querer parecer vanidosa, de su afecto. Y no sólo porque interrumpiera una clase y casi sin poder andar me sacara de la cafetería, no. Una vez me puso en un examen un 9'9 de nota. Mientras me acercaba a su mesa a recogerlo, contó a mis compañeros que esa décima me la quitaba "de coraje" por poner 2º Milenio con números romanos. Otra vez al llegar a clase nos encontramos escrito en la pizarra "MARTA CREE QUE PERÚ LO CONQUISTÓ ANTONIO PIZARRO" (nombre de mi profesor de matemáticas, el conquistador era Francisco Pizarro y confieso que aún confundo los nombres xDDD). Las burlas por ese asunto duraron años. También recuerdo con cariño el día en que mi amiga Sandra cumplía años, yo estaba en un examen de historia y le pedí a Mari Pepa salir para darle el regalo. Si, en medio del examen. Y si, me dejó con un "pero Martaaaaa" y mirándome como si me perdonara la vida, muy teatral como ella. Esa era Mari Pepa y yo abusaba de su cariño, la verdad.

Pero no quiero ser egoísta porque sé que el amor de Mari Pepa era para todos sus alumnos. Aunque ella dejó este mundo hace ya mucho, por 2001, me emociona ver que en el rinconcito que tiene en Facebook nuestro instituto todavía es la más recordada y querida. Será porque en sus clases se aprendía mucha historia y mucho de otras cosas. Como música; ya he contado antes que Mari Pepa era soprano, solista en el Maestranza para más señas. Había tenido una larga trayectoria profesional y era muy fan, creo recordar, de Plácido Domingo (y espero no equivocarme porque parece que me la imagino clavándome la mirada por el error). La que no le gustaba nada era Montserrat Caballé, nos contó que con esto de las Olimpiadas le tocó grabar en playback con ella y era una diva insoportable, como no le gustó el tipo de madera con que estaba hecho el camerino se negaba a actuar. Luego el coro de la Maestranza le quiso cantar un villancico y los rechazó. Reconozco que ahí le cogí yo también manía a la Caballé, hacerle eso a mi Mari Pepa, vamos.

Tampoco era raro que nos cantara en clase. La interpretación más hermosa que he escuchado en mi vida del coro del Nabucco nos la regaló un día, sin venir a cuento, después de contarnos de qué iba la ópera de Verdi en medio de una lección sobre la Edad Media.



Lo único malo de Mari Pepa es que había épocas en que no la veíamos por clase. Todos sabíamos y ella no ocultaba que aquellos, sus últimos años, no tuvo mucha suerte. Sufrió mucho con las enfermedades y posteriores fallecimientos de sus padres pero, lo grande de Mari Pepa, es que hablaba de ello con afectación pero transmitiendo siempre energía positiva. Incluso nos leyó la esquela que a su padre, Francisco Melguizo, dedicó ABC de Sevilla por ser uno de sus más destacados críticos musicales. En esa edad tan egoísta que es la adolescencia, nos enseñó sin que nos diéramos cuenta a enfrentar las estocadas de la vida con una sonrisa, sin perder el buen humor pero sin querer pretender que todo está perfecto. Mari Pepa tenía un aura solitaria, enigmática. Se decía que de joven había sido miss y lo cierto es que su rostro era de esos que se nota que han encerrado una gran belleza porque conservan mucho de ella. Era fuerte, enérgica, nunca se rendía. Daba clase casi sin poder andar, aunque tuviera que darla en el salón de actos porque no podía subir escaleras. Aprendí de ella que nunca es tarde, que los romanos para pedir 5 cervezas levantaban dos dedos en forma de V, a ver la parte hermosa de la vida siempre y a no tirar la toalla.

Un día, muchos días después del de la cafetería, me encontré a alguien del instituto. No sé a quién ni por qué, pero me contó que había fallecido y que le harían un homenaje por días después en el Cernuda. Si recuerdo perfectamente el sitio en que estaba, que tras recibir la notica volví a casa entre incrédula y asombrada para luego romper a llorar. Era la primera vez en mi vida que se iba alguien a quien yo quisiera, y la quería tanto. Entonces comprendí que ella no me habría querido ver llorar, miré al cielo, la recordé cantando, poniendo caras teatrales mientras daba los exámenes. Me acordé del porrazo que le dio a la puerta de la cafetería como diciéndome "Marta, levanta el culo y lucha. Por mí".

Muchas veces me he acordado de ese portazo desde entonces, Mari Pepa, y muchas veces me habrías tenido que volver a reñir. Pero no me he rendido, y tu recuerdo hace que quiera que un día te sientas orgullosa desde tu pedacito de cielo. El día que supe que te habías ido me prometí que nunca te olvidaría, pocas promesas en esta vida me ha costado tan poco cumplir. Porque una estrella fuerte, poderosa y brillante como tú, se resiste toda la eternidad a apagarse.

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