You know my name (Look at the number)

1/09/2012

Es curioso como con el paso de los años olvidas muchas cosas pero hay momentos, instantes, cápsulas de memoria que quedan intactas. Con ellas construyes tu biografía que, por estar basada en recuerdos aleatorios, es parcial e inexacta. De mis primeros años de vida, por ejemplo, tengo recuerdos espaciados a lo biopic. Con cuatro años tuve mi primer mote. Acababa de empezar en el colegio y no entendía por qué los otros niños lloraban al entrar por las mañanas, tampoco me hacían gracia colorear ni las otras niñas. Así que imagínenme con lo "tiquismiquis" que yo era, que odiaba mancharme, jugando con los niños de clase. Me tomaban el pelo constantemente y, una vez, jugando a golpearnos unos contra otros me hice un arañazo en la cabeza. En un alarde de original preescolar mi primer mote fue "cabeza de sangre", por primera y última vez los chicos corrían al verme y yo tenía que pillarlos... nunca me ha gustado correr, por lo que el juego podía durar horas. 

Lo que si me fascina son los motes, supongo que porque los que me han puesto a mi siempre han sido una mierda. Al menos de los que tengo constancia. Demasiado obvios o sin carisma. El nivel de motes en el colegio no mejoró con "martirio" o "marta tiene un marcapasos" (largo hasta como título de canción, imaginen su complicación como mote). Lo malo de los motes es precisamente que no te enteras de los más ingeniosos. Yo estoy en contra de eso, porque mientras se hagan desde el respeto los motes son una gran ayuda para recordar de una manera divertida a la gente. En compensación de mis patéticos motes he ido adquiriendo con el tiempo una extraña habilidad de esas inservibles que homenajean Robert Rodriguez y Rose McGowan en Planet Terror: poner apodos. El principal damnificado por esa extraña pasión es mi chico, Oni. Pero ¡es que me las pone a huevo! Últimamente le toca ser el Grinch por méritos propios. 

Otra cosa que pasa con los motes es que te sientes orgulloso cuando se extienden. Cuando escuchas a alguien usar tu invención... eso no tiene precio. Normalmente intento buscar un apodo amable, que resalte una cualidad graciosa o particular de la persona como uno que se convirtió en especialmente popular en mi anterior trabajo fue "el camisetas" (de hecho tengo a ese chico en el móvil así y no recuerdo cómo se llama). Se le quedó el mote porque sus camisetas eran únicas, con un mensaje distinto para su estado de ánimo del día. Otro con cierta fama en mi época de teleoperadora fue "el cejitas" a un chico que las tenía especialmente bien puestas, incluso parecían depiladas. Leches, tampoco recuerdo como se llamaba... Ese es el peligro de los motes.

En definitiva, ¡pongan motes!. ¿Qué puede existir más entrañable que un mote cariñoso? Anímese, pero con una prohibición: NUNCA se ponga un mote a usted mismo. Eso es la muerte del mote, el anti-mote. Porque la función de los apodos siempre es que reflejen cómo los demás nos ven desde fuera y eso, a menos que te saques un ojo y lo sujetes con una mano... es complicado, ¿no? Además, ¿y lo que se aprende así sobre uno mismo? Pues eso. 

PD: Ala, el tocho que he soltado y todo porque ayer vi a mi amiga la "Cabbage Patch kid". 

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