Un rayo de esperanza

2/07/2010


Vuelvo del trabajo en metro, es domingo, son las 11 de la noche y lo único que quiero es llegar a casa. El tren, hasta entonces desierto, se llena de gente en la parada de Puerta Jerez. Como siempre. Y como siempre observo los manidos rituales sociales para ceder el paso, hacerte un hueco entre la gente y que no te empujen, etcétera. A simple vista es evidente que el respeto al otro es un valor pasado de moda. Antes pedías paso, ahora giras tu cuerpo para hacer que el otro entienda que vas a pasar sin pronunciar una palabra. Si no se quita, directamente le apartas con la mano. Miro a mi alrededor por si hay alguna persona que necesite el asiento mas de lo que lo necesito yo. No es el caso, mi vagón está repleto de gente joven, así que vuelvo a ponerme los auriculares del ipod. Entonces pienso en esos días en los que sí hay personas mayores, embarazadas, gente con muletas, etcétera. Quienes están sentados miran hacia otro lado al verles entrar, aunque estén sentados en sitios preferentes para esas personas. Si la persona mayor en cuestión no le pide el sitio, nadie se levanta, y a veces el que está sentado se niega a cederlo con lo que se arma la marimorena. Otras veces, eso sí, hay gente que te alegra el día porque se levantan aunque no se sientan observados y sin que nadie se lo pida.

Tengo justo delante a dos chicas que escuchan música por los altavoces del móvil, ¿por qué muchos jóvenes no entienden que los demás no queremos enterarnos de lo que escuchan? ¿Por qué lo hacen si con unos cascos se escucha mejor? Acaso por imponer, como buenos pequeños dictadores que son en sus casas. Los niños de "lo tengo todo aquí y ahora, nunca obtengo un no".

Agacho la cabeza mientras que siguen resonando Los Beatles en mi mente, los quito y pongo el podcast de La Rosa de los Vientos. En el programa hablan un gran descubrimiento: hace 7000 años ya se realizaban amputaciones quirúrgicas con éxito. Los comentaristas celebran que con este hallazgo se confirma que aquellas sociedades primitivas eran solidarias, cuidaban de los suyos aunque no fueran útiles para cazar. No dejaban a nadie atrás. Esbozo una sonrisa, todavía hay esperanza. Vuelvo a mirar a mi alrededor. Una chica está leyendo una novela, dos chicos debaten sobre lo divino y lo humano. Pienso que conozco a muchos jóvenes que no ponen la música de su móvil a toda leche en el metro pero, en cambio, se interesan cada vez más por el conocimiento, por tener una opinión crítica, por salir a flote en esta sociedad del exceso de información. Cada vez mas gente se interesa en el por qué de lo que nos rodea, y cada vez son más jóvenes. 1º de Mayo, mi parada. Se abren las puertas, me bajo del metro y abrazo a Oni... Le digo, "sonrie, todavía hay esperanza para este mundo loco". Me mira con cara de extrañeza, me besa y nos alejamos bajo la luz de la luna de Sevilla hasta que desaparecemos.

FIN

¡Feliz fin de semana!


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1 comentarios:

Marta G. Navarro dijo...

Un millón de gracias. Muestras de aliento y cariño como la suya son las que hacen que merezca la pena tener este rinconcito en internet. Gracias de corazón.

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