Aquí está mi Andalucía

1/26/2013


"Y tu, ¿de dónde eres?" Es la inevitable pregunta que tarde o temprano siempre sale cuando conozco a alguien. "¿Yo? De Sevilla. Pero me crié en Barcelona" contesto casi por instinto. Soy consciente de que no necesito dar tantas explicaciones a un completo desconocido pero es que es lo que soy, medio de aquí y medio de allí. 

Mi madre vino a Sevilla a ser madre por primera vez, casi como en un empeño de que no se perdiera la sangre andaluza en su familia. Si, nací en el hospital Virgen del Rocío y con las mismas volvimos a Barcelona al poco tiempo (días, semanas, realmente nunca lo he preguntado). Así que las primeras palabras que aprendí a leer estaban escritas en dos idiomas, sabía decir antes "blau" que "azul" en la guardería y esa herencia me marca aún hoy. En mi casa se respiró siempre "sevillanía", un profundo andalucismo. A todas horas del día sonaba la voz de Justo Molinero y las canciones de Radio TeleTaxi: Cantores de Hispalis, Isabel Pantoja, Rocío Jurado... Justo hablaba mucho de Andalucía, casi cada día lanzaba un mensaje lleno de nostalgia para los miles de emigrantes andaluces que vivíamos en Barcelona. Gracias a el y a las canciones empecé a escuchar hablar  de sitios como Triana, la calle Oriente, la Giralda, la Torre del Oro o el Albaicín. Tenía una imagen casi mitológica de todos esos lugares  que cantaban los grupos de sevillanas. Luego cuando venía de vacaciones Sevilla me parecía un paraíso. Mis abuelos, que no nos veían en todo el año, siempre nos tenían la casa llena de juguetes. Todo el mundo era cariñoso y agradable en Sevilla, se nos acercaba e interesaba por nosotras "las nietas catalanas de Lola y Carmelo. Yo no entendía muy bien algunas cosas: ¿Cómo podía ser todo el mundo simpático? ¿De dónde se sacaban palabras tan graciosas como "zarcillo", "chorla" o "albero"? ¿Por qué no tenían apenas edificios sino casas? ¿Eso no es desperdiciar mucho espacio de la ciudad? (por entonces no existía la Torre Pelli). Eso si, ni rastro de los sitios mágicos esos llamados Triana o los azahares que mencionaban en las canciones. 

Deseaba con todas mis fuerzas venirme a vivir a Sevilla... Hasta que me vine. A ver, entiéndanme. No cambiaría vivir toda mi vida aquí por nada en el mundo. Por calidad de vida, por el sol, por el entorno, por la carestía de la vida y por tener cerca a mi familia. Pero ¡hecho tanto de menos Barcelona! Me crié en el barrio obrero de la Verneda, en el corazón de una metrópolis. Compartí toda mi infancia con los mismos 19 niños y, en teoría, íbamos a seguir en contacto otros cuantos años más entre institutos y la época universitaria. Me encantaba ir el día de Sant Jordi a las Ramblas con mi madre y mis hermanas simplemente a ver el ambiente, ¡y que me regalaran un libro en vez de una rosa!. O coger las cosas de la playa y llegar andando por Prim. O la semana de carnavales, en la que cada día ibas al colegio de una manera más estrambótica para terminar comiendo coca mientras se quema el Carnestoltes. La Sagrada Familia, el carácter de la gente, el metro, los cruasans, los panellets... Hasta hecho de menos el que algún día mis hijos hubieran podido ir al mismo colegio que yo, el Ramón Menéndez Pidal. 

De Sevilla ahora adoro muchas cosas, amo vivir en Rochelambert, la Alameda, la Catedral en la que me casé, los movimientos culturales y sociales, mis amigos... Pero otras sigo sin entenderlas, las mismas preguntas que me hacía con nueve años cada vez que me bajaba del tren en la Estación de Córdoba cada verano. Descubrí que no todo el mundo es simpático, pero se esfuerza por parecerlo. Una de las máximas de nuestro carácter es el ser "bien quedao", aunque no soportes la presencia de la otra persona. Ese arte del disimulo y de leer entre líneas nunca lo terminaré de aprender. Me consuela que ni siquiera muchos sevillanos terminan de entenderlo. Y reconozco que ni sé tratar con gente que utiliza la fina hipocresía ni quiero. Tampoco entiendo ese cierto complejo servilista que sigue instalado en la mente de muchos andaluces. Tenemos un potencial humano y cultural envidiable en cualquier parte del mundo pero nos resignamos a lo que los "señoritos" políticos y de rancio abolengo dispongan. Nos conformamos con ser campeones en número de parados y somos expertos en criticarnos a nosotros mismos. Permitimos que de Despeñaperros para arriba piensen que únicamente nos interesan el Sevilla y el Betis, las ferias y romerías, los toros, el subsidio agrario y la Cruzcampo. 

No nos vendría nada mal imitar ese orgullo catalán y esa mentalidad de que a base de trabajo y de querer a nuestra tierra se puede decir ¡basta! y prosperar. Si desde fuera no nos van a ayudar tendremos que empezar a hacerlo nosotros mismos y somos muchos los andaluces que estamos por la labor. Salgamos de la endogamia de "como en mi Andalucía en ningún sitio" o terminaremos siendo de esos emigrantes que escuchan nostálgicamente música de su tierra en cualquier otra parte del mundo porque de quedarse no tendrían ni para comer. 

Necesito volver una vez al año, como poco, a mi Barcelona para coger aliento y ver las cosas con perspectiva. Pero no os he explicado aún por qué sigo viviendo en Sevilla (aparte de porque tengo una hipoteca). Sencillo, porque pienso que aquí hacen falta muchas manos, muchas voces que le repitan a los sevillanos que si podemos, que si valemos y que vivimos en una ciudad que una vez fue capital del mundo conocido. Somos mucho más que imágenes de Semana Santa, toros y Feria. Pertenecemos a una cultura milenaria que de una vez por todas debe sacar pecho. Estoy muy orgullosa de haberme criado en Cataluña, llevo con honra decir que soy bilingüe y mi segundo idioma es el catalán. Enseñaré a mis hijos el idioma y la cultura catalanas y a que estén orgullosos de vivir en Sevilla. Porque tanto aquí como en Barcelona está mi Andalucía. 

2 comentarios:

McSand dijo...

Olé!

McSand dijo...

Olé!, Pero empieza por mí!

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