8/05/2008

Hoy es uno de esos días en que a una le gustaría usar su blog para desahogarse. Gritar a los cuatro vientos lo que te oprime el pecho y no te deja ni llorar. Pero no puedo. Y no solo eso, sino que no debo. Porque para mí es muy fácil quedarme vacía de dolor sacándolo dentro de mí, pero ¿quiero abrir definitivamente al basto mundo lo más íntimo de mis emociones? ¿Qué hay de las personas implicadas? Pues eso, que toca apretar los dientes contra la toalla y aguantar hasta que se pase.

No obstante me calma, en parte, sentarme a escribir. Porque es como si desde una minúscula ventana sacara la cabeza y gritara palabras ininteligibles, como son todos los gritos. Escribir aunque sea solo para mí, sin practicar la ególatra inseguridad de intentar gustar a quien me lea. Eso ahora da lo mismo. Tampoco quiero preguntas, lamentos ni preocupaciones. Por eso, por primera vez, he cerrado los comentarios. Si no lo lee nadie, seguramente sea mejor.

A la mierda quien considere que no debería estar escribiendo. Que le den a quien intente entender por qué lo hago, no lo acertará. Creemos conocer a los demás pero es mentira. Tenemos una imagen de ellos basada en una mezcla de nuestra interpretación de sus actos y una idealización positiva o negativa de su persona. Nos acercamos o alejamos de las otras personas siempre con algún interés o propósito, una vez que éste ha quedado cubierto las abandonamos o nos quedamos a su lado por aparentar. Claro que hay intereses comunes que duran toda la vida, por eso hay personas a las que tenemos cerca toda la vida.

El problema estriba en que cada vez nos creemos más autosuficientes. Creemos no necesitar de los demás para vivir, y eso es ¡mentira!. Por eso cada vez tenemos más complejos, más ansiedad y peor humor. Somos los que somos en gran medida por quienes han pasado por nuestras vidas. Y si no hubiera pasado nadie eso nos habría hecho de otra manera, probablemente muchísimo peor. De nada sirven las corazas, los aires de suficiencia o el individualismo. Tarde o temprano te caerás y necesitarás un hombro que te levante. En ese momento será para decirte: ¡jódete!, ¿tú no eras autosuficiente?. Y nos pasa a todos. Por eso no nos aguantamos, no tratamos de ponernos en la piel del amigo, le guardamos rencor por nimiedades y le saltamos al cuello cuando nos hemos cansado.

Solo yo sé lo que siento y hoy, por primera vez en mi vida, no me da la gana de compartirlo con nadie. No quiero que nadie me entienda, me anime, me dé la razón o me la quite. Estoy cansada de comprensiones que nunca lo podrán ser porque para serlo de verdad tendrían que haber vestido mi piel los últimos 26 años. Así que mejor dejarlo, mejor dejar incluso el blog y buscar la anestesia de la lectura que es, después de escribir, lo que más anima mi alma.

PD: Pese a todo, no os preocupéis, cuando se publique este post ya habrá pasado todo y estaré bien.
 

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