Deuda de vida

11/18/2008

Pontevedra, esta misma mañana. Una mujer, María Isabel Crespo, se encadena al balcón de su piso. En su mente solo un pensamiento, ¿dónde dormirán ella y su hija hoy? Ella tiene 13 años y aunque ya es una mujercita y se hace la fuerte delante de su madre, tiene miedo. Le han dicho que vendrá un camión y que allí tirarán todo su mundo: sus cartas, sus discos, sus juguetes, sus libros de clase. Los hombres que lo harán están acostumbrados a estas escenas, así que no tratarán con delicadeza sus cosas. La niña mira a su madre ya encadenada en el balcón y escucha los vítores del público en la calle. Quiere llorar, pero no le sale. Quiere encadenarse con su madre, pero ella se lo impide, lo último que quiere Isabel es que, encima, hagan daño a su pequeña.

Ninguna de las dos dice nada, el silencio pesa como una losa en la casa. La niña mira a su alrededor, trata de grabar en su mente cada centímetro de su casa. Trata de no olvidar ese rincón en el que tantas horas pasó imaginando ser una princesa, la cama de su cuarto en la que se tumbaba a escuchar música sin preocuparse por nada más. Esos tiempos no volverán, ahora ni siquiera tiene un techo, no sabe dónde dormirá esta noche. Se terminaron las preocupaciones infantiles, le van a robar su infancia con el primer golpe de hacha en la puerta de lo que hasta entonces ha sido su hogar.

Aunque es inevitable, María Isabel reza para que ocurra un milagro. No sé, que los abogados del juzgado no se presenten, que se pierdan, que la inmobiliaria se apiade de ellas y dejen que siga pagando su hipoteca, le perdonen su deuda de vida. Mientras esperan cada sonido las sobresalta. Si un vecino sube por las escaleras ambas pegan un brinco. Al escuchar la llave entrar en la cerradura suspiran aliviadas.

Pero finalmente la policía llega y los funcionarios judiciales dan luz verde al desahucio. La hija de Isabel escucha las botas de los antidisturbios, firmes y ordenadas, subiendo hacia ellas. Con el primer hachazo en la puerta se asusta, se paraliza, y no puede ni llorar. Querría meterse bajo la cama y taparse los oídos a ver si así la pesadilla se pasaba. No obstante, cuando vé entrar el primer casco policial no puede evitar correr a abrazar a su madre.

A partir de ese momento todo pasa muy deprisa. Muchos sentimientos, emociones, los vecinos gritan desde la calle e incluso suben al piso a increpar a los ejecutores de la sentencia. La policía, sin muchos miramientos que les hagan reflexionar sobre la tarea sucia que les ha tocado hacer, intenta terminar con la situación lo antes posible. Pero no les resulta sencillo cortar las cadenas de María Isabel porque además de mujer es madre y se aferra a aquel piso cual leona que defiende la comida de su prole. La mente de la mujer se ha bloqueado, apenas distingue a la gente que tiene a su alrededor. Solo nota que le duele, le duele la cadena del cuello, le duelen los empujones de la policía... y le duele el corazón. Bien sabe Dios que habría dado lo que fuera porque su hija no hubiera tenido que pasar por eso, maldice que la providencia haya permitido que ya siempre la niña tenga grabadas a fuego en su corazón esas imágenes.

Cuando terminan de soltarla su garganta no puede ahogar más gritos de dolor. Su hija le tapa la boca como diciéndole "que nos lo quiten todo, mamá, pero no la dignidad". Pero se la quitan, sacan a María Isabel en volandas, cubierta con una manta y casi inconsciente. La niña, a sus prontos 13 años, camina a su lado con una dignidad inusitada, impropia de su edad. Ambas se alejan en una ambulancia mientras resuenan en sus cabezas los llantos y gritos de los vecinos: "hijos de puta", "no hay derecho"... Cada vez el sonido se hace mas y mas lejano hasta que se pierde confundido con el del tráfico.

¿Cuál es el delito que ha cometido María Isabel para merecer ese castigo? Porque ni siquiera el error era suyo, ella pagó hasta el último día su hipoteca. ¿Por qué paga doblemente lo que ha hecho mal otro? ¿Cómo el sistema lo permite? La declaración de Derechos Humanos que España tuvo que firmar para entrar en la Unión Europea dice claramente que todos los niños tienen derecho a un hogar estable y derecho a ser felices, ¿acaso la hija de María Isabel no lo tiene? ¿Qué necesidad había de que esa niña conserve para siempre ese horrible recuerdo?

Y es que no hay mayor tragedia que la heredada, una deuda de vida que se contrae por el único delito del nacimiento. El destino que nos pone en una cuna y no en otra. ¿Es ése motivo para tanto sufrimiento? Los "adultos" miramos a otro lado mas preocupados por nuestros problemas, por la economía, por el maltrato en el hogar... Y no nos preocupamos por lo que sientan o piensen los más débiles de la sociedad, los que no votan ni tienen voz. ¡Estúpidos! ¿Acaso hemos olvidado que las heridas de la infancia son las más profundas de nuestra existencia?

Dedicado a la hija de María Isabel Crespo, deseándole suerte y felicidad que hagan que destierre este triste recuerdo a lo más olvidado de su mente.

4 comentarios:

Lobo dijo...

El ser humano se va irremediablemente a la puta mierda.

Es así, señores.

Anónimo dijo...

Está relatado de una forma preciosa este triste episodio de lo acontecido en Pontevedra.

Antes del desalojo, si es que era necesario, se debería de negociar con la persona, más con esta que no es culpable de nada.

Dafne Laurel dijo...

>< y al final no me he enterado de por qué pasó todo...

Anónimo dijo...

Marta, un placer leerte, como siempre... increíble historia muy bien narrada.

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